No podríamos hablar de ella sin hablar también de amor, de sencillez, de entrega, de pasión, de bondad, de generosidad, de comprensión y de un largo etcétera de rasgos que la caracterizaban y que hicieron de ella una mujer única.

Sí, ella era todo eso y quizás nunca fue consciente porque, a veces, las grandes personas no saben que lo son ya que está en su natural actuar impulsadas desde un amor sin pretensiones que lo impregna todo como si nada.

Emprendedora incansable, fue siempre fiel a su gran sueño educativo nacido algunos años antes en tierras africanas en los que el Sahara aún constituía una provincia española.

Cuando todo aquello tocó a su fin, recogió en una maleta todas sus ilusiones, sus noches estrelladas y la infinita calidez de las arenas del desierto, que siempre la acompañarían, y volvió a España sin mirar atrás, aunque con el corazón repleto de recuerdos imborrables, para culminar su sueño y dar vida a este centro que hoy lleva su nombre y en el que perdura su esencia.

Qué bien entendió que educar no consistía sólo en impartir conocimientos y que para aprender sólo se necesita enseñar desde el alma.

Este singular legado de humanidad ha dejado huella indeleble en todos los que, de una u otra forma, tuvimos el honor y el privilegio de conocerla.

Celebramos el cuadragésimo aniversario de la apertura de este centro con la reconocida mención a su fructífera labor y en el convencimiento pleno de que es solo un mínimo gesto en comparación con lo que ella merece.

Ha pasado el tiempo demasiado deprisa y al volver la vista atrás recordamos a un puñado de jóvenes inexpertos que afrontábamos nuestro primer trabajo sin saber que, para muchos de nosotros iba a ser el único, el definitivo.

Nada o muy poco conocíamos de la realidad escolar. Solo contábamos con demasiadas teorías, algo de miedo y una importante dosis de ilusión. Con estos ingredientes comenzamos nuestra andadura.

No fue fácil en absoluto. Los medios eran escasos y muchas las dificultades iniciales, pero ella estaba allí para enseñarnos, apoyarnos, cuidarnos y perdonarnos con muchísimo cariño los fallos que pudiésemos cometer fruto de nuestra juventud e inexperiencia.

Algunos de aquellos jóvenes permanecemos aún en el centro y, aunque ya no tan jóvenes, porque el tiempo inexorablemente no ceja en su exclusiva función de transcurrir, seguimos conservando el mismo espíritu que ella nos inculcó.

Hoy en día esta gran familia se ha visto incrementada por muchos nuevos miembros que han sabido perfectamente captar y poner en práctica aquellos valores que siempre marcaron nuestra labor desde el inicio. Será por eso que, en nuestro colegio, no sabemos hacer otra cosa que enseñar desde el corazón.

Ella se merece este reconocimiento y todo nuestro amor.

Isabel Díaz